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Nuestros días más felices, mar de melancolía y amor

Por Tomas Emanuel Brunella

@josehumano8

FICHA TÉCNICA:
Dirección: Sol Berruezo Pichon-Rivière/ Producción: Laura Mara Tablón/ Compañía productora: RITA CINE/ Guion: Sol Berruezo Pichon-Rivière & Laura Mara Tablón/ Casting: Sol Berruezo Pichon-Rivière, María Laura Berch, Laura Mara Tablón./ Dirección de fotografía & cámara: Gustavo Schiaffino/ Dirección de arte: Ángeles Frinchaboy/ Montaje: Lorena Moriconi/ Diseño de sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo & Marcos Canosa/ Música original: Leo Ghernetti Y las canciones “Slow down” de Múm & “Happiness” de Molly Drake

 

Sol Berruezo Pichon-Riviére es un nombre largo y desconocido para mí hasta hace unos días, y alguien que genera mucha curiosidad para el descubrimiento cinéfilo de esta semana.

Sol es una joven cineasta de 26 años, que lleva armando una atmósfera donde en su segundo largometraje se siente algo de querer hacer una obra a su gusto, a su esencia marcada, con influencias invisibles y otras presentes. Todo está sujeto a un marco melancólico, sin caer en lo sensiblero o burdo, sino a ese regocijo que genera la melancolía, y qué más que el mar, o estar cerca de una ciudad tan desolada como Miramar, así uno lo llega a sentir.

La directora, en su segundo largometraje, sin conocerla, me empapa de algo fresco y sensible en esta película, un film que tiene su personalidad entrando en la imagen -sin conocerla- y derramando su alma en su relato íntimo. Nuestros días más felices conforma un cuento mágico, con conejos y surrealismo, una historia de tres, dos hijos muy distintos, uno retraído, arraigado a una madre manipuladora, inseguro y de pocas palabras; y otra, que es una joven que va al frente, de carácter duro, poseedora de un vacío existencial inquietante. La madre es una mujer coqueta, muy persuasiva y agotadora, una mezcla de encanto agridulce fuerte, como también se emana en las paredes de la casa de esta anciana, quien está llegando a su cumpleaños con un clima doloroso: la noticia de un problema de salud, y el redoblante de una vida monótona, tratándose de superar con programas de auto ayuda. Ese es el ecosistema entre estos tres personajes, una familia de seres distantes, que se conocen y a la vez no, compartiendo sangre por naturaleza.

Al verla se arma un collage, una suerte de ejercicio donde la misma película se desdobla, y juega con su universo, rompiéndolo y armando una prosa más lírica que técnicamente rígida en lo cinematográfico. Ya que sus personajes se quieren romper de dolor y descomposición. Los dos hijos se encuentran en distintos momentos, ante un hecho insólito que le sucede a su madre, a raíz de eso se arma una sucesión de cosas que los llevará a cierto duelo de cruces existenciales. Los hijos pasando a ser los padres de sus padres, y aunque es obvio la metáfora que la cineasta plantea, el juego no está en lo simple, sino en los espectros que salen de eso, y cómo sus personajes se redescubren ante esos últimos días.

Hay algo muy liberador que se va entretejiendo poco a poco, ya que estamos ante un ser tan fuerte como lo es Agatha, esta madre tosca y fría, que tiene en su techo viviendo a su hijo Leónidas. Entre ellos existe ese vínculo de culpa de él, de ella que se lo genera y de mucha frustración,  tocado en esa delicadeza, sin ir hacia el odio mas bien en la barrera invisible de los miedos y de una vida atrapada por las máximas de una madre. Agatha tiene que mutar, y a la vez terminar, la llegada de Elisa forma parte de ese reencuentro familiar que viene a sembrar caos y a la vez a poner a los hijos en una posición inesperada, la de salvarse ante  esa figura tan imponente de un padre en sus últimas horas.

El film no lo hace en una decadencia dolorosa como es la vida habitualmente, si no con una magia lúdica, libre del cine que puede expandirnos y hacernos pícaros de lo inesperado. Los hijos encontrándose de nuevo, y la vida siempre haciéndonos sorprender más que todo. La música sonando en esa casona, de espacios amplios, puede recordar algo a «Beginners» Mike Mills, como también a esas películas tan necesitadas de salirse de canones, que uno podría encontrar una madrugada en Isat, puede recordar a muchas cosas, y a la vez no. Estamos ante un relato muy existencial y profundamente sensible, de una visión concreta, que sabe que nunca se acaba el final, más aún si somos un mar de sentimientos entregados a lo que venga.

Un film bello, que merece la experiencia en sala.

Publicado en Críticas

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