Por Tomas Emanuel Brunella.
@josehumano8
Trayectorias
L’envol, un recuerdo en 16 mm
L’envol es una fuente de recuerdos, como eso, una fuente en medio de una plaza desértica, sin miseria, sin éxitos, monedas, pocas hay dentro, pero está como perfumada de cierta nostalgia, un contundente revisionar de recuerdos, que la curaduría del tiempo la hace valer; y es que es como algo inmenso, muy íntimo y pequeño sobre sucesos, como una hermosa canción, que conmueve, siendo predecible e impredecible, pero su efecto es humano y puramente fílmico.
Pietro Marcello es un cineasta que comenzó con el mundo de los documentales, y que conocí en un nivel impactante, con «Martin Eden,» film que exponia a un protagonista que suspiraba necesidad de más, que era un obrero, un ser de una clase muy baja, y quería superarse, pero el rencor y la envidia lo hacían subir y bajar. La poesía tanto literal como la de licencia apoteótica del film era de unas imagenes con una profundidad tremenda, muy hermosas y con mucho contenido.
Marcello sabe captar las imágenes, y con ellas decir todo, pero con un sabor muy sincero, sin artificios que parecieran forzados o rozando lo snob, como si se elevara la vida misma durante sus rodajes; Martin Eden era una película muy emocional, algo asi como amarga, y se convertía (en su cierre) en una obra maestra, que su propio fílmico rompía en su granulado.
Aquí el cineasta vuelve a tomar sus recursos que parecen hacer subrayar para lo que es su marca (como podrían ser las imagenes de archivo, los momentos fantasiosos, el desplazamiento de la cámara) para un relato más dulce, mas tierno, con tintes amargos. Vuelve a otra época, nunca contemporáneo, para no olvidar el pasado, pero tambien para buscar la esencia de almas.
El film toma de protagonista el escenario, el momento; también una familia y una joven. La historia central es ella, Juliette, una chica de gran actitud, y sensibilidad, que creció sola con su padre Raphaël en el norte de Francia. Él fue un veterano de la Primera Guerra Mundial, que esconde dentro de su actitud tosca, mucho dolor, pero tacto a la vez. Juliette crece, haciéndose fuerte, volviéndose apasionada por el canto y la música, cruzándose con especies de brujas, y encontrando el deseo y el amor en un joven rebelde, como una fábula sobre el vivir, la soltura no se corta, continúa, hasta la misma película da un cierre, pero en los momentos y en la vivencias estamos en una etapa de inicio de nuestra Juliette, que se parece a una chica que viene tajeada por la vida, pero que no se entregará a la muerte.
En un 16 milímetros del DF Marco Graziaplena, se crean paisajes y primeros planos de una naturalidad hermosa; su director como su fotógrafo, construyen composiciones a veces movidas, otras en primero plano, y en gran parte con una luz natural, que genera una humanidad empernada en los personajes, que cuando tocan los momentos más surreales, la cinta se eleva en cuotas emocionales mas intensas… su preciosismo está en los pequeños detalles, y (como este cuento de vida) ama a sus personajes, y los enfrenta sinceramente, en arrugas y huellas, como también en ese amor necesario, que solo puede ser notado en miradas, gestos de ternura, que unos ojos sinceros pueden dar.
Una película bella, libre, y realmente parida del más sincero sentido del cine, como de esas cosas que ya no se hacen. Sí, aunque suené cliche, el film de Pietro es tal como es, y eso lo hace genuino, por su realizacion cariñosa.