Por Gerónimo Rivera Cano
Dirección: Malena Villarina
Reparto: Sonia Sánchez
Hay historias que deben ser narradas en primera persona. Son inenarrables con otra voz que no sea la voz de quien atravesó la vivencia. Lo narrativo viene después.
Narrarse es construirse. Constituirse. Te narrás o te narran. No hay otra. Narrarse entonces como un retruco a aquellos que roban la voz de una boca. Que hacen figurar texto en palabras que son de otra lengua.
No es reapropiarse. Sino es expropiar aquel núcleo en donde tocamos a lo que somos, a lo que consideramos ser, a lo que consideremos que seremos; ese lugar nimio es donde descansan los cimientos de la estructura identitaria. Narrémonos, sabemos que somos relatos.
La historia vivida por Sonia Sanchez es narrada en su voz y plasmada en pantalla por la directora Malena Villarino. La historia, su historia, su lucha, sus vivencias son el eje del documental que no solo tiene como protagonista a Sonia sino que atraviesa y descalabra la realidad (que creemos por -mala-costumbre- calibrada.
Ella se dice se reconoce y se sabe anarquista. Claro, cómo no serlo cuando se vivencia la teoría que asegura que el estado es proxeneta. La praxis le gana a la teoría.
Las palabras no alcanzan frente a una realidad plasmada en una voz. No hay metáfora ni metonimia, se metamorfosea, atraviesa la carne.
Protagonista: Protos-agonistis. Primer luchador, primer jugador. Las palabras son importantes, asegura la directora junto a Sonia. Dicho que se ve bien reflejado en la obra; conjuntamente con las palabras pictóricas y musicales.
Venganza es ser felices. Vengar: “Vindicare: Quien se retribuye la remuneración o pago de una ofensa o daño”. La felicidad como ese pago. La felicidad como esa retribución al gran daño que la sociedad causó. Las palabras como pliegues que nos dicen y las podemos decir cuando sabemos lo que su sentido trama.
La construcción del deseo. La eterna promesa del progreso. La soledad en la gran ciudad. Ser exiliada en carteles que te nombran sin querer que lo hagan. Reflejarte en tu propio espejo y no en ese espejo otro que refleja un deber ser: el espejo producido para ser producto, para ser un ideal que deseemos.
La búsqueda más sincera sería encaramarse a encontrar el propio reflejo en personal espejo. O, incluso, encontrarse en el recóndito reflejo que separa la fibra de la publicidad, el píxel o la luz pálida de nuestro entorno.
Re- conocerse. Acariciarse. Saciar el vacío creado por otros en uno. Ya de por si el título del documental es elocuente. Pero no por elocuente irreal; la risa de Sonia Sanchez, su sonoridad es un mantra de lucha, de supervivencia. Más que esperanza es expectación. Es acción mas que reacción. Es la fuga y no el escape a nuestro estado prostituyente y ecocida. A la violencia edulcorada aplicada en dosis necropolíticas. Al sistema engendrado para funcionar de esta manera. Al consumo desmedido.
¿Ocurrirá algo luego de habernos consumido todo lo habido?
Retomando lo dicho sobre las palabras: habrá que tomar al pie de la letra el significado de “estado”… Y des institucionalizar a este nombre: metamorfosearlo con el río, inclinar la balanza por la sujeción suya al cambio: Que el estado no sea estático sino sea eso, un lapso temporal, un modo que sujeto a condiciones que varían pueda ser transformado.
Narrarse es construirse. Constituirse. Te narrás o te narran. No hay otra. Narrarse entonces como un retruco a aquellos que roban la voz de una boca. Que hacen figurar texto en palabras que son de otra lengua.
No es reapropiarse. Sino es expropiar aquel núcleo en donde tocamos a lo que somos, a lo que consideramos ser, a lo que consideremos que seremos; ese lugar nimio es donde descansan los cimientos de la estructura identitaria. Narrémonos, sabemos que somos relatos.
La historia vivida por Sonia Sanchez es narrada en su voz y plasmada en pantalla por la directora Malena Villarino. La historia, su historia, su lucha, sus vivencias son el eje del documental que no solo tiene como protagonista a Sonia sino que atraviesa y descalabra la realidad (que creemos por -mala-costumbre- calibrada.
Ella se dice se reconoce y se sabe anarquista. Claro, cómo no serlo cuando se vivencia la teoría que asegura que el estado es proxeneta. La praxis le gana a la teoría.
Las palabras no alcanzan frente a una realidad plasmada en una voz. No hay metáfora ni metonimia, se metamorfosea, atraviesa la carne.
Protagonista: Protos-agonistis. Primer luchador, primer jugador. Las palabras son importantes, asegura la directora junto a Sonia. Dicho que se ve bien reflejado en la obra; conjuntamente con las palabras pictóricas y musicales.
Venganza es ser felices. Vengar: “Vindicare: Quien se retribuye la remuneración o pago de una ofensa o daño”. La felicidad como ese pago. La felicidad como esa retribución al gran daño que la sociedad causó. Las palabras como pliegues que nos dicen y las podemos decir cuando sabemos lo que su sentido trama.
La construcción del deseo. La eterna promesa del progreso. La soledad en la gran ciudad. Ser exiliada en carteles que te nombran sin querer que lo hagan. Reflejarte en tu propio espejo y no en ese espejo otro que refleja un deber ser: el espejo producido para ser producto, para ser un ideal que deseemos.
La búsqueda más sincera sería encaramarse a encontrar el propio reflejo en personal espejo. O, incluso, encontrarse en el recóndito reflejo que separa la fibra de la publicidad, el píxel o la luz pálida de nuestro entorno.
Re- conocerse. Acariciarse. Saciar el vacío creado por otros en uno. Ya de por si el título del documental es elocuente. Pero no por elocuente irreal; la risa de Sonia Sanchez, su sonoridad es un mantra de lucha, de supervivencia. Más que esperanza es expectación. Es acción mas que reacción. Es la fuga y no el escape a nuestro estado prostituyente y ecocida. A la violencia edulcorada aplicada en dosis necropolíticas. Al sistema engendrado para funcionar de esta manera. Al consumo desmedido.
¿Ocurrirá algo luego de habernos consumido todo lo habido?
Retomando lo dicho sobre las palabras: habrá que tomar al pie de la letra el significado de “estado”… Y des institucionalizar a este nombre: metamorfosearlo con el río, inclinar la balanza por la sujeción suya al cambio: Que el estado no sea estático sino sea eso, un lapso temporal, un modo que sujeto a condiciones que varían pueda ser transformado.