Sentémonos frente a la pantalla y dejémonos guiar por la voz que detalla y relata todo lo que vemos. Y también lo que creemos no ver. Ponerle palabras a todo produce eso: nada es secreto. Y no hay peor chisme que aquel que corre siendo oculto, transformándose en habladuría. El movimiento no lo transforma, sigue siendo secreto porque nadie lo grita, nadie le quita su tapujo de chistido.
Así parece encarar Godard lo moderno en este filme, sus enfoques son claros: ¿qué relación hay entre la naciente globalización, la arquitectura, el cuerpo y el mercado? Son hilos como de nylon. Mantienen al peso de lo establecido. Dan posibilidades quitando márgenes de acción, avasallan pero sin embargo dan placeres. Superficiales y cutáneos placeres. Materializan la existencia y hacen cotidiano el intercambio. Nace el mercado de lo diario.
El color pastel de las tomas generales, panorámicas, logra hacer hasta del cemento y la construcción racionalista una expresión pictórica que exprese horizontes sobre muros proyectados; atardeceres por entre ventanales de edificios; lunas llenas debajo de autopistas; flora y fauna en pequeños espacios verdes.
Este filme en parte es eso: una construcción racionalista que no deja de lado el color. Pero la paleta donde se encuentran estos, se va tiñendo unívocamente. También es menester notar que se juega mucho con los espejos: las direcciones se vuelven difusas. Metáforas de la producción en masa son los reflejos que a veces van de la mano con las tomas plano corto de cada protagonista interviniente.
Hay diálogos, hay monólogos; hay la sensualidad de lenguas que esgrimen mensajes profundos, las hay también superfluas y simples; hay signos que abundan y hacen rebalsar pantallas; hay elecciones y dudas; hay sueños y hay sentimientos; hay orden, lógica, psicología de las formas (ejemplo aquí podría ser los arquetipo de niñeces, según roles, creando diferencias de género, expandiéndolas a los afectos e incluso a la utilización de ciertos juguetes para su divertimento); hay Jeeps y también Napalm; Hay maquinaria de carne y maquinaria de hueso de acero. Haber, hay… Quizá hasta haya demasiado. Por eso, consumir.
Quien nos guía en su susurro admite su finalidad; hay cierta omnipresencia en esa voz; en cada cortina que divide al devenir de la historia se entremezcla ella con la preeminencia del gris. Dicho color se va acentuando. Va tomando más protagonismo robándole espacio a los matices. Excepto cuando estas cortinas son de letras y fondo de color. Hay gran participación de los ojos espectadores, pues las/los protagonistas hablan directamente a cámara, se presentan o cuentan circunstancias; se desnudan dialécticamente frente a nuestras pupilas.
El sonido cuenta con una claridad manifiesta que es envidiada por el lenguaje y el pensamiento. Godard cumple el rol de maestro exponiendo sus teorías mientras el tiempo pasa en un bar, el ruido de tazas, la cuchara pegando contra su material, mientras el café circula sigiloso. El cosmos cabe allí, en el cuerpo del café dando giros. El silencio entre los protagonistas es notable. Todo hace ruido en el ambiente pero nada limita al mundo; solo el lenguaje. Y esa limitación es equívoca completamente.
Ambientado en los años 60, más precisamente en el París del año 1966, dirigida y escrita por el cineasta franco/suizo Jean-Luc Godard, “Dos o tres cosas que yo sé de ella” ya desde el título nos ofrece su naturaleza: Es una declaración política y poética –Poelítica digamos- sobre el futuro que ya -en ese entonces- había llegado y frente al cual, en ciertos aspectos (pues siempre hay la expectación), parece hubiésemos permitido sucumbir.
¿Será que ese “yo”, con solo saber dos o tres cosas de Ella, asegure el seguir girando a su favor la rueda?
Podes encontrar este filme en plataformas virtuales como Mubi y encaramarte a su vista.