MI ÚLTIMA AVENTURA y BANDIDO
Por Cristian Monetti
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Muchas veces se habló de algo llamado “cine cordobés” dentro de la cinematografía argentina como si la identidad propia de la provincia mediterránea fuera suficiente característica para adjetivar y diferenciar sus productos más allá de una cuestión puramente geográfica. Películas como De caravana (2010), Atlántida (2014), El invierno de los raros (2011), Soleada (2016) o Salsipuedes (2011), expusieron a nivel nacional e internacional un potencial creativo y artístico de la producción cinematográfica cordobesa en un período relativamente corto y cercano en el tiempo.
En la última edición de BAFICI hubo dos películas que marcaron de alguna forma al Festival y que tuvieron repercusión en la cobertura de prensa. Por un lado la presencia de una película como Bandido, destinada más a un camino comercial que a un paso por un festival de cine. En palabras de Javier Porta Fouz, director del festival, su inclusión en la programación, y en la apertura más específicamente, es una declaración de principios sobre el lugar del cine en la sociedad más allá de las etiquetas o rótulos. Por otro lado, al momento de la premiación, la sorpresa fue que el premio mayor de la principal competencia del Festival recayera en Mi última aventura, un cortometraje dirigido por la dupla integrada por Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini.
Pero ¿cuáles son los síntomas o las marcas de lo cordobés en esos filmes? ¿Hay una singularidad denotativa identificable dentro de esas realizaciones? Cuarteto, acento marcado, sierras, ríos o humor parecieran ser, a simple vista, algunos de esos hitos de sentido que toda película cordobesa debería tener para entrar en esa tipología. Es claro que toda obra artística es un síntoma de su tiempo, de su espacio, del mundo donde fue creada. No sería descabellado pensar que determinadas obras, cinematográficas en este caso, exponen lo cordobés (sea lo que sea eso) en sus imágenes y sonidos para reclamar esa autenticidad que toda obra de arte exige y requiere. Por lo que no podemos negar, u ocultar, que el cuarteto, el acento marcado, el paisaje serrano o el humor son formas legítimas de mostrar esa autenticidad y singularidad de Córdoba. El mismo Luciano Juncos, director de Bandido, tenía una película previa llamada La laguna (2013), una especie de western metafísico que sucedía íntegramente en un ambiente serrano. Soleada de Gabriela Trettel, mostraba un personaje femenino que “huía” de la realidad urbana para refugiarse en las sierras y llenar espacios de afecto o atención allí. Salsipuedes, de Mariano Luque, mostraba la naturalización de la violencia de género en un ambiente serrano vacacional.
Entonces, si en las primeras películas que integraron ese momento del cine realizado en Córdoba podíamos pensar que mostrar paisajes serranos, música popular, términos y acentos propios de la región conformaban un eje denominador común, lo que sucedió en BAFICI marca, tal vez, un cambio en ese paradigma. Mi última aventura cuenta una historia negra, urbana, nocturna, delictiva, de amistad y traición. Bandido ubica su historia dentro de la ciudad entre un barrio cerrado y un barrio popular. Más allá de los premios también integró la muestra el cortometraje El oso antártico, un thriller detectivesco que tiene como eje una estatua de un oso polar que recorrió desde su creación diferentes espacios dentro de la ciudad de Córdoba. Tanto en Bandido como en Mi última aventura se transita ampliamente el cuarteto, en una como banda sonora acompañando los recorridos de los personajes y en la otra en la temática misma de la película (Bandido es un cantante en su ocaso artístico que por una circunstancia fortuita se expone a la posibilidad de recuperar ese espíritu o fuerza perdida a lo largo de su carrera). Pero en ambas desaparece ese aire serrano que recorría gran parte de las producciones cordobesas previas. ¿Será que la ciudad de Córdoba se puede diferenciar de alguna forma de otras ciudades argentinas? ¿Hay un rasgo en su urbanidad que la caracteriza? ¿O lo cordobés es humano? Y más aún ¿esa humanidad se refleja en su urbanidad?
También es cierto que ya De Caravana, de Rosendo Ruiz, sucedía dentro de los límites de la ciudad y se focalizaba fuertemente en el ambiente del cuarteto. ¿Estamos entonces ante una confirmación de ese signo de lo cordobés en su cine? ¿La representación de lo cordobés está focalizándose en una autenticidad más urbana que serrana? ¿Habrá alguna reconciliación entre lo que los directores y guionistas cordobeses pretenden contar con su innegable realidad o cotidianeidad urbana?
El tiempo dirá si esto es una tendencia o si lo que se percibió en BAFICI en estos días fue algo circunstancial. Por lo pronto se reafirma que Córdoba es un centro productor de cine de calidad dentro de la cinematografía nacional que puede ser el eje de otra nota.