Por Tomas Emanuel Brunella.
@josehumano8
No es poca cosa que una de las primeras apariciones del cineasta Todd Field en el mundo del cine, sea en una actuación pequeña como el pianista de Eyes Wide Shut del genio Kubrick; esto podría ser como un marco para dar significado a la vida de un artista que siempre estuvo entre dos artes tan expuestos a sentimientos como es la música y el cine.
Ya que el propio Field al terminar la secundaria, descartó la idea de una facultad, y se entregó entero, cuerpo y alma a la creación, inscribiéndose para estudiar teatro en New York, aun así siempre oscilando entre la interpretación y la música.
Todo esto forma un cuerpo más concentrado en su última obra, más que en sus primeros labores como cineastas, ya que para su último estudio, que roza lo psicológico y también el costado inaccesible de los artistas, mezcla sus dos pasiones: un estudio afilado de personajes tremendamente interpretados, como también las dimensiones imposibles de abarcar que se encuentran en la música.La perfomance constante que da una orquesta, y una vida llevada como la misma sinfonía.El regreso de Field luego de un silencio creativo es una propuesta extensa como sobria en sus imágenes como su discurso prepotente.
Tár sigue las andadas tanto en carne viva como psicológicas, de una maestra y directora de orquesta sinfónica en Alemania, interpretada por una impresionante Cate Blanchett (como siempre, aunque acá aún más), que bordea un personaje soberbio como estirado, desde su hablar y gestualidad. La actriz se transforma en esta mujer que observa por arriba a todos, desde su genio, y que a la vez funciona como una repisa de la grandeza de la música clásica, que ella predica en cada momento como estilo de vida, tanto en la mugre de sus genios como el rigor creativo de estos.
En tono gris la película arma piezas alargadas en planos secuencias fijos, donde se construyen cuadros en una atonalidad sonora, y sigue a un ser que mantiene una actitud desafiante en su hablar y corporalidad, como también un constante debate, más que nada porque ella los desencadena, desde el mundo contemporáneo en el que vivimos, aquel que está más sensible o cuestiona a sus ídolos, a lo oscuro que salpican los seres.
¿Desde dónde nos posicionamos ante una obra?, ¿qué tanto debe interpelar quien fue el que lo esculpió?, ¿Más que lo que nos ha generado o despertado? Podemos concebir una creación como algo externo a un autor, un algo que separa al artista, con el que simplemente deberíamos dialogar sin juzgar.
Es imposible que pareciera en nuestros tiempos escapar de las figuras públicas; y más que nada porque ellos mismos, los artistas se transfiguran en productos que evalúan y que tanto será lo que veremos… que a veces no está mal, pero el juicio de valor ante una obra en este mundo tan consumista lo da más su persona detrás en la mayoría de casos, que el vuelo propio que tenga una creación en anónimo.
La cinta plantea implícitamente a veces esta visión, la de un mundo comunicado más que nada en redes y que esta más latente de ver lo trágico de los seres humanos, a veces pareciera un retrato sincero y otros un tanto hostil a la fragilidad con la que la gente esta receptiva a otros; esto mismo circula durante este film, mas por la involución de un personaje que empieza en un estado de gracia, sujeto a una seguridad portentosa donde nadie puede llevarla por delante. Es la apreciación de la música y la importancia del sentir que pasa en diálogo y diálogo, dejando extractos invisibles de momentos oníricos, o casi pesadillezcos, que al principio parecieran pasar por un lado paranormal, y luego se desenvuelven en una tensión personal, una pesadilla interna de los peores costados de ella.
La propia Tar contiene para afuera muchas cosas, pero la cinta sigue a su transparencia brutal del estilo pasivo agresivo, ya que ella en grandes partes es un ser despreciable e indigerible, esa intimidad desde sus diálogos y miradas recuerda a grandes directores como el gran Alejandro G Calvo mencionó en un momento a Kieślowski.
Es la caída en bajada del personaje de Cate como también los deseos y el límite de cómo el arte, lo que hace que la película tenga dos piezas en sí, donde no hay cambio de ritmo pero si de dirección.
Pasan las miradas, o sus actores, desde Nina Hoss a Noémie Merlant (todas excelentes), pero es el descenso de la misma directora orquestal, que es esa humillación como también vulnerabilidad de un ser tan incorruptible que es el magnetismo de la misma cinta. Al principio la película fluye en un estilo tan propio, en un constante diálogo afilado, y en su segunda mitad tiene un par de momentos impresionantes, y decide apagarse lento y agriamente, con cierta ironía de su personaje, sin la fuerza con la que se fue transitando, pero a pesar de esa sensación, guarda tantas cosas en sí, en su oscuridad fría de un mundo que pareciera vibrado por la emoción pero es helado en sus pasillos, como la voluntad sobre encima de lo oscuro que hay en el artista, como también la mediocridad que a veces pavonea el arte, y las cuestiones en las que nos juzgamos constantemente viéndonos. Tar a pesar de sus pocos momentos abstractos, es una película potente, inesperada y con una actriz que es el principal motor, Cate es lo que la hace algo impresionante minuto a minuto, es ver a un actor siendo un animal imposible de describir, una mujer que vive el arte interpretativo, hasta en la decadencia de sus personajes, ahí levantando cabeza y mirando al frente al sentir. Siéndolo y viviéndolo.