Por Gerónimo Rivera Cano
Una historia sencilla que puede sonar idiota: tres vampiros que han sobrado al tiempo, es decir, escapado de la sucedánea secuencia humana del día tras día. Su vida es nuestra vida y nuestra muerte. Solo algunos, solo algunas, son elegidos por ellos para brindarle compartirle un gramo de genialidad y que sus nombres queden en el imaginario colectivo.
Lo vieron todo. Lo crearon todo. Lo verán todo.
Adan -con ‘m’ al final aparece en los créditos- (Tom Hiddeleston) y Eva (Tilda Swinton) son dos de los tres vampiros en cuestión. Él músico en Detroit; ella lectora al tacto en Tánger. Pero también mucho más. Son todas las profesiones pues no hay una re encarnación; han sido medicos, brujos, poetas, inventores, etc.
Se puede decir que estos dos personajes son de mármol, tallados en palidez, su soltura es la de una esfinge, usan anteojos negros, no salen al sol (claro), viven de noche, casi siempre encerrados y si salen lo hacen con guantes de cuero cubriéndoles sus huellas dactilares. Eva baila. Adán no, parece costarle descontracturar su personaje. Sin embargo existen numerosas tomas que se elevan mostrando las danzas de Eva y el egocentrismo dramático de Adán -con m-.
La belleza pálida, azul, fría y lunar que tanto pavor de enamoramiento da. Solo Los Amantes Sobreviven. Falta el tercero. Una reivindicación.
Además de la historia sencilla e idiota que narramos antes, acá va un matiz importante que hace de esta idiotez algo esplendoroso: información por todos lados, en los diálogos, en las imágenes, en el sonido, un trabajo de investigación gigantesco. Ejemplo: las fotos encuadradas y amuradas en la pared del cuarto de Adán -Con m-, quien sabe de maderas y Eva quien sabe de historias; la cita de textos de ¿Shakespeare?; Nombrar a compositores como Charlie Feathers, Eddie Cochran, Shelley, Tesla; alusiones a un tal ‘Fausto’, etc…
El tercer protagonista dentro de la trama es ni más ni menos que el poeta y dramaturgo Christopher Marlowe (John Hurt): otro vampiro en cuestión. Shakespeare nos mintió. ¿Por qué? Existe una confesión que se suma a esta liturgia de misterio.
Beben sangre, admiten sentir sorpresa sobre organismos eucariotas, pasean en auto por la noche de Detroit, visitan la casa donde se crió Jack White, antiguos vecindarios, fábricas, teatros, intentan ir al museo, se cuentan anécdotas, les parece anticuado el cableado eléctrico… Son vampiros, es claro que la tensión sexual está latente. Se siente. Provoca. Hay cierta erótica sapiosexual. Se ríen y critican a la humanidad. Vampiros cual yonquis andantes en la medianoche norteamericana riéndose de los zombis.
¿Cabe imaginarnos haber vivido todo lo vivido y haber creado todo lo creado? Jim Jarmusch no solo logra reeditar y actualizar la figura vampirezca sino que también nos hace entender su pobre tedio. Pobre Adán -con m en los créditos-, Eva, Ava (Mia Wasikowska) y Christophe… encerrados en una historia que se puede juzgar como sencilla y estúpida pero imposible de llevar a cabo. Imposible vivirla. Solo pasible de comentar y, si contás con la app de MUBI, admirar por allí.