ESTRENO INTERNACIONAL
Por Javier Carrizo / @americoinconcluso
Paul Thomas Anderson concibe la obra maestra más exultante de su generación, en el marco de la reivindicación de un estilo inigualable que hace un descollante uso del lenguaje cinematográfico.
No es la primera vez que el director se cruza con la literatura de Thomas Pynchon (hizo lo propio con Inherent Vice en 2014), pero en esta ocasión este cine de alto impacto que puede sorprender al más incrédulo y desprevenido, está inspirada en “Vineland” (del susodicho escritor estadounidense), una novela sobre los movimientos radicales de los años sesenta.
La multigenérica Una batalla tras otra es una voluptuosa creación que lleva el sello de la biblia del cine para cernirse como tal. En la misma, una pareja de revolucionarios enfrenta al poder más conservador y fascista. Luego de dieciséis años, el coronel Steven J. Lockjaw (miembro de ese poder descripto), arremete contra Bob Ferguson y su hija Wila. Bajo el código de El Fugitivo (1993) de Andrew Davies, en cuanto al suspenso y la amenaza que sufre quien escapa de la “ley”, y de Vanishing Point (1971) de Richard C. Sarafian, por el vértigo que la aventura automovilística de la road movie le imprime a la misma, el derrotero Bob Ferguson (Leonardo Di Caprio), debe rescatar a su hija.
El estilo consumado que en esta ocasión no se adscribe sobre una enternecedora y romántica historia, es una clase maestra sobre la implementación de la secuencia de montaje con sonido externo (extradiegético) al mundo narrado, sobre una arrolladora dinámica que mece al espectador en un armónico equilibrio de las posibilidades del mecanismo audiovisual.
Al igual que en Ciudad de Dios (2002), la cosmética del hambre suscitada por Juan Carlos Arias Herrera, que replica y reformula a Glauber Rocha con La estética del hambre, su tesis presentada durante las discusiones entorno al Cinema Novo, Anderson coordina una coral coreografía en la puesta, con una expertiz que por delicadeza estremece la percepción, allí donde la cosmética se asocia al lenguaje global del entretenimiento, como es el caso en cuestión. Porque lejana o cercanamente, las características del videoclip, siempre están presentes en su filmografía, patentadas en las señaladas secuencias elaboradas que ahora son parte del mejor cine universal de su tiempo.
Para ello la comedia, la sátira, el drama, el western, establecen una heterogénea propuesta de hibridaciones genéricas, en la ambivalente narración que aglutina disímiles pero siempre certeros diseños arte-fotográficos (en múltiples espacios que son atravesados con precisas composiciones a través de acciones físicas por parte de los personajes), para plantar una problemática que le duele a los Estados Unidos. Di Caprio y todo el elenco refuerzan sus capacidades de transmitir emociones, para que todos sus personajes logren eficaces, empáticos y detestables figuras que de veras recordaremos.
Además de la melómana selección de canciones, la música compuesta por Jonny Greenwood siempre fiel al tono estético, le apresta el detalle experimental incondicional, para coronarlo como el más empoderado y esperanzador dialecto audiovisual experimentado en la contemporaneidad.