Por Juani Villano
Título original: Profondo rosso
Año: 1975
Duración: 100 min.
País: Italia
Dirección: Dario Argento/ Guion: Dario Argento, Bernardino Zapponi/ Música: Goblin/ Fotografía: Luigi Kuveiller
Reparto: David Hemmings, Daria Nicolodi, Glauco Mauri, Macha Méril, Eros Pagni, Gabriele Lavia, Nicoletta Elmi, Jacopo Mariani, Clara Calamai, Piero Vida, Piero Mazzinghi, Giuliana Calandra, Furio Meniconi.
La sangre corre sobre el cuerpo acuchillado. Un asesino se esconde entre las sombras y observa con un único ojo. La maldad atraviesa su retina. Un muñeco que cuelga desde el techo, una habitación secreta y el pasado que vive en un loop de terror interminable. Un solo color tiñe la escena. Rojo, rojo oscuro y profundo.
Luego de 48 años, Rojo profundo (1975), va a ser reestrenada en nuestro país. El filme del mítico director italiano, Dario Argento, podrá ser apreciado nuevamente, y como se debe, en las salas de cine. Además, el público joven tendrá la oportunidad de descubrir a uno de los máximos exponentes del género giallo (término que abordaremos más adelante en la nota) y el terror contemporáneo, per se. ¿Y de qué va la trama? Marc (David Hemmings), un pianista y compositor de jazz, es principal y único testigo del asesinato de una espiritista que anteriormente había vislumbrado mentalmente el pasado y motivaciones de un oscuro asesino. Así, el protagonista se verá envuelto en un misterio a resolver, más que peligroso y a su vez intrigante.
Para comprender la esencia de esta película es necesario conocer el término giallo y su consecuente puesta en forma en el ámbito cinematográfico. La traducción del italiano al español es “amarillo.” Esto, primordialmente, es debido al color de las revistas de crimen que se vendían en aquel país en la década del ´60. Todas aquellas historias de misterio y asesinatos hicieron mella en lo que desembocaría en la gesta de un nuevo género cinematográfico. En un principio las características propias de todas las obras abarcaban varias aristas en común: un homicida de sobretodo y guantes negros, cuchillas afiladas, asesinatos violentos y sangrientos, y mujeres como víctimas la mayoría de las veces. Esto fue evolucionando a medida que se agregaron nuevos elementos, tales como poderes sobrenaturales y criaturas propias del fantástico. Rojo profundo fue una de las pioneras en hacerlo; específicamente con el personaje de la espiritista y su habilidad para ver el interior de un asesino maniático.
Argento venía de realizar la denominada “trilogía animal.” La cual estaba compuesta por tres filmes (también pertenecientes al género giallo): El pájaro de las plumas de cristal (1970), El gato de las nueve colas (1971) y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971). En ellas logro desplegar un gran abanico en términos de puesta en forma, y a su vez generó un estilo propio. Luego de una pausa en su carrera regresaría con la película que nos compete en este texto. En un principio iba a llamarse El tigre dientes de sable, en símbolo de la continuación de su trilogía, pero terminó optando por Rojo profundo. Y no casualidad que esta obra marcara un antes y después en su carrera. Aquí se muestra un estilo de autor, embelesado con iconografías de pinturas, música y relatos. Dichos recursos realzan a la película y la catapultan al podio de obras maestras.
Como se dijo, la música cumple un rol fundamental en la historia. El grupo musical Goblin comenzó un vínculo con Argento que perduraría por largo tiempo y a su vez se volvería icónico. Al componer las canciones de Rojo profundo se estableció un ritmo frenético y misterioso, un estilo rockero que consecuentemente se vería plagado en las obras cinematográficas consecuentes del director. Si bien en algunos momentos del relato parecería que la narración y la música se comportan como el agua con el aceite, no se puede negar que la marca de estilo es evidente y a su vez satisfactoria. Se entiende que en aquel universo ese tipo de ritmos e instrumentos viven ligados a los sentimientos de sus personajes. Con breves notas musicales comprendemos que nos estamos internando en el imaginario del realizador italiano y los individuos nacidos en su mente.
Por otro lado, tenemos a las referencias del mundo de la pintura. Cumplen un rol primordial a la hora de englobar el conflicto del relato. Recordemos aquel cuadro que desaparece y Marc presiente que ahí se esconde la resolución del crimen. El homenaje a Edward Hooper y su obra Nighthawks (1942), en el cual se toma hasta el mínimo detalle la luz, el decorado y la arquitectura de la versión original. Detengámonos en el último aspecto nombrado. Hay una escena que es clave para comprender el mensaje subyacente de la película. Me refiero específicamente al momento en que Marc y su amigo Carlo hablan a la distancia, con una estatua de un hombre recostado en el medio. Es Carlo quien expresa claramente el fin de Argento respecto a la trama por debajo de la superficie y el espectador. “A veces, lo que realmente ves y lo que imaginas se mezclan en la memoria como un cocktail del cual ya no puedes distinguir los sabores.” El director nos invita a descubrir la identidad del asesino junto al protagonista. Las pruebas siempre estuvieron presentes, y nuestra labor comenzó desde el primer minuto de la película. Como bien afirma Lucio Ferrante en un capítulo del libro Profundo suspiro, el cine de Dario Argento, “espectador y protagonista ven lo mismo y ambos tienen las mismas herramientas para descubrir al criminal. No hay truco alguno en su protesta. Todo está servido y solo es necesario un ojo atento para descubrirlo.”
Y así llegamos al final. Ya lo afirmé y lo voy repetir, es un lujo que podamos vivenciar esta obra de arte en una sala de cine. Donde los colores, sonidos, música se agrandarán y vivirán en nuestros ojos y memoria. Significativa y atrapante, sutil y compleja a la vez. Estamos ante una película que puede ser vista infinidad de veces y siempre descubriremos un detalle nuevo. Pongan su mejor rostro de detective, no teman ser víctimas de un asesinato horrible y decidan el veredicto en sus butacas. Hay un psicópata suelto y es nuestro deber atraparlo; pero cuidado, quizás sea nuestra última búsqueda en vida.