por Juani Villano
Duración: 88 minutos
Ficha técnica:
Dirección y guion: Virna Molina/ Dirección de fotografía: Ernesto Ardito,Virna Molina, Nika Ardito/ Montaje: Virna Molina/ Sonido: Ernesto Ardito, Isadora Ardito, Nika Ardito
Imágenes atemporales de Buenos Aires. Quizás un pasado lejano o futuro incierto. La destrucción puede llegar a convertirse en confección. Tal vez, lo reminiscente a lo anterior esté hablando, intrínsecamente, con el ahora.
Luego de llevar a cabo varios proyectos junto a su colega y pareja, Ernesto Ardito, la realizadora argentina, Virna Molina, se lanzó en un viaje en solitario (en lo que respecta a dirección), para abarcar un viaje introspectivo, vinculado al futuro, la actualidad pandémica y diversos momentos personales de ella. Los resultados son notables a medida que dota de una singularidad excelsa y brillante, la directora logra tocar varios temas para luego unirlos en un relato profundo y pensante.
El comienzo plantea una visión utópica de la Argentina. Cómo sus habitantes anteriores pensaban hacia el futuro. A primera instancia, un espectador activo y conocedor, vinculará las imágenes presentadas con el filme Metrópolis (1927) de Fritz Lang. Y no es sorpresa que a lo largo del documental se muestren fragmentos de dicha película, para luego establecer conexiones temáticas y estéticas. Este inicio marca las pautas del entendimiento global de la obra. De qué manera, los humanos piensan siempre en algo inalcanzable respecto a su progresión y cómo el destino hace caer a tierra todas las esperanzas.
La pandemia afectó la vida de cada uno/a. Generó miedo, desesperación y pérdidas. Molina es una de aquellas personas que no se dejó afectar de manera negativa, sino que usó aquellas limitaciones y creó algo maravilloso. Se despegó de los bloqueos para así brindar al cine argentino una película que rompe barreras y habla del presente; no en voz baja, sino con un grito desgarrador y potente.
Como se afirmó, son varios las historias que conviven entre sí, pero que, a su vez, logran generar una idea concreta. Tanto la intimidad de la realizadora, como el registro de trabajadores de una línea de subte, se mezclan y ahondan en profundidades poéticas y filosóficas. Una voz en off femenina sirve de conector. Enfatiza en las problemáticas abarcadas, pero sin dejar de lado algo mucho más importante, la perspectiva del espectador. Cada quién no puede alejarse de las imágenes y sonidos en pantalla. Todo eso vivido se vuelve personal, cada relato toca el alma de uno. Escapar no es una opción; ya que luego de terminado el filme, queda una estela en la mente, un eco que resuena en la cabeza y dice: “el futuro está cerca”.
Planos en blanco y negro pueblan durante la breve duración de la película. Decisión estética que se hace notar. Los momentos entre la directora y su pareja, aislados durante la cuarentena obligatoria, remiten a Ida (2013) y Cold War (2018), del director polaco, Paweł Pawlikowski. El tipo de encuadre, la luz que se filtra por las ventanas. Los detalles construyen el mundo interno; que luego divide la delgada línea entre documental y ficción ¿Pero, no todo aquello que se decide mostrar y esconder es una decisión subjetiva? A veces lo que se muestra como objetivo, en realidad es una ficción escondida. La verosimilitud sirve para ocultar y comunicar diferentes ideas. En esta película las preguntas no tienen respuesta, o quizás sí, de forma indirecta.
Cruzarse con este tipo de filme no es tarea fácil. Hay que estar atento y preciso, en lo que respecta a lo asimilado y entendido. Los retratos de un futuro no tan lejano siempre estuvieron presentes en la historia. La realizadora lo supo, desde el momento en que plantó la cámara y recopiló información. Su sensibilidad se pone firme y expresa todo aquello que quiere comunicar. No hay nada de más ni tampoco ausencias. Sí, se está ante una autora; con el respeto y admiración que merece. Un punto alto en la cinematografía documental argentina, y a su vez, internacional. Virna Molina llegó para quedarse, por un largo tiempo, y hasta un futuro sin final.