Por Juani Villano
“Se puede encontrar maldad hasta en el más pequeño de los animales, pero cuando Dios creó al hombre el diablo estaba a su lado. Una criatura capaz de todo. Puede hacer una máquina. Y una máquina que fabrique esa máquina. Y si el mal puede durar mil años es que no necesita a nadie que lo maneje. ¿Lo crees así?
No sé qué decir.
Créeme.”
La sangre corre en la familia. Una serpiente se mueve en lo profundo del hogar. Las sombras son su reino. Él es la oscuridad. Sus siervos, cómplices, sonríen ante la tortura y la muerte. Es esta desdicha su punto final, o el comienzo del reino del mal.
Longlegs es la tercera, y más reciente, película de Oz Perkins (hijo del mítico killer de Psicosis, Anthony Perkins). La historia se centra en la joven, Lee Harker (interpretada por la enorme scream queen del siglo XXI, Maika Monroe), quien posee poderes deductivos –-rozando los límites de lo sobrenatural– que la ayudan en su labor como agente del FBI. Por esto mismo, es designada en el caso de un misterioso asesino que se hace llamar Longlegs (con el inigualable Nicolas Cage encarnando al personaje), el cual se encuentra activo desde hace más de 30 años, y ha provocado el asesinato de innumerables familias, dejando tras de sí crípticas pistas y un juego perverso de deducción.
Miren, por mi parte entré a esta obra con oídos sordos –respecto a reseñas y opiniones ajenas– y ojos parcialmente ciegos. Quería descubrir por mi cuenta el misterio de este enigmático asesino serial. Propenso a la intriga y la sorpresa. Sin embargo, me terminé llevando una especie de fiasco.
Fue raro. Había imaginado algo totalmente distinto a lo que me encontré. Sí, seguro están pensando: “Hermano, es imposible que la película sea igual a lo que habías ideado.” Y tienen toda la razón. La cuestión es que llegué a soñar con ella. No eran pesadillas, sino sueños vívidos y entretenidos. Me iba a dormir y entraba en una sala de cine ¿Qué puede ser mejor? Por lo tanto, ver mis expectativas por el suelo, una vez terminada la historia, dolió como una breve quemadura generada por el roce sobre una olla caliente en la que se está preparando una extraña pócima burbujeante.
Ya han comparado a Longlegs con El silencio de los inocentes, Seven, Zodiaco, e inclusive Hereditary. Me parece que se está siendo demasiado condescendiente. No es ninguna de ellas, pero tampoco posee un carácter propio. La estética es lo único que resalta, en términos técnicos. Las imágenes del Director de Fotografía, Andrés Arochi, son impecables. La textura de las luces de tungsteno, el uso de los lentes, la fluidez de los travellings, y un largo, largo etcétera, brindan un campo creativo riquísimo y utilizado, no tan frecuentemente como pensamos, en el género de terror. Sin embargo, hay una ley cinéfila –que no inventé yo, y tampoco sé quién la dictaminó– que dice: “Si la fotografía es lo primero que resalta una vez terminada la película, es que esta misma falló en contar su historia.” Y, en verdad, el relato de Longlegs no tiene ni pies ni cabeza. Es potencial tirado a la basura. Agujeros de guion, incongruencias en la trama, un final que se cae a pedazos. ¿Y a qué se debe esto? Quizás el hype pueda aclararnos las cosas.
La campaña de marketing que llevó adelante NEON Rated es de otro mundo. Meses y meses antes de que supiéramos el nombre de la película, la productora se dedicó a subir fragmentos de la misma a YouTube con inquietantes títulos. Los cinéfilos acérrimos del género no tardaron en construir cronologías, encontrar pistas y llegar a conclusiones. Así es, estaban descubriendo una historia. Ahora no suena tan absurdo la cuestión de que Longlegs me haya visitado en el mundo onírico, ¿no? Y es que en verdad, lo que se vendió previamente es superior al producto final.
La ambigüedad era el fuerte de este relato, y Perkins decidió tirarlo por la borda en su último acto. Si el manejo de lo real y lo sobrenatural hubiese sido desplegado con mayor sutileza, quizás ahí sí podríamos estar hablando de una gran película de miedo, o también, de culto. Pero, la verdad siempre decepciona más que la fantasía.
Ahora me pregunto: ¿Deberíamos dejar de soñar películas?
Yo sé que había prometido hacerlo, pero, definitivamente, nunca voy a cumplir con el abandono de algo tan mágico.